Título: Tres maneras de volcar un barco
Autor: Chris Stewart
Traductora: Alicia de Benito Harland
Editorial y año: Salamandra, 2010
En esta ocasión, Stewart comparte con el lector una de las experiencias
más insólitas de una vida ya de por sí asombrosa. Todo comienza de forma
fortuita cuando una amiga le ofrece un trabajo tentador: ser el patrón
de un velero para navegar en las islas griegas. La propuesta parece un
sueño hecho realidad, si no fuera por un pequeño inconveniente: Chris no
ha navegado en su vida, ni sabe por dónde empezar. Con abundantes dosis
de ingenio e hilarante autocrítica, Chris narra su iniciación a la
vela, desde un neblinoso puerto de la costa inglesa hasta su particular
odisea por aguas mediterráneas rumbo a la isla de Spetses.
Uno de los géneros más difíciles de reseñar y recomendar es el humor. Se trata de un aspecto tan subjetivo —quizá el que más— que uno debe andar con sumo cuidado en el momento de aconsejar alegremente una lectura. Las novelas de humor, por otro lado, pueden despertar en el lector tres estados diferentes: satisfacción, apatía o una mezcla de ambos cuando el libro gusta pero no apasiona. Esto último es lo que me ha ocurrido con Tres maneras de volcar un barco, donde Chris Stewart narra una de sus primeras aventuras como marinero. A caballo entre la autobiografía y el relato de ficción, la historia me ha parecido simpática y poco más.
Una jugada del destino lleva a Chris a encargarse de una modesta embarcación griega durante un verano entero. Antes de partir se prepara, lee sobre barcos y nudos y hasta se inscribe en un cursillo de iniciación como patrón. Cuando parte hacia el mar Egeo, no espera que la nave se encuentre en tan mal estado. Chris tendrá que echar mano de todo su ingenio y de los conocimientos aprendidos para poner a punto el velero y llevarlo hasta la isla de Spetses, donde deberá ejercer de capitán para la mujer que lo ha contratado. El verano en el mar, sin embargo, acaba por prender la llama de la pasión de Chris y ya de vuelta a Inglaterra no duda en apuntarse a una expedición un tanto peligrosa que pretende llegar a Terranova siguiendo la ruta de un legendario explorador escandinavo.
En Tres maneras de volcar un barco asistimos a los comienzos de Chris Stewart como marinero y enamorado del mar y de la navegación. La relación que une al autor con los barcos nace tímida y pronto adquiere la magnitud de un auténtico fervor. Las escenas en que el joven protagonista poco a poco va dejando atrás la incultura con respecto a las embarcaciones son la fuente de varias anécdotas divertidas en que atisbamos el sentido del humor de la narración. Un tono alegre que consigue provocar sonrisas en el lector a lo largo de la novela, aunque llega un punto en que la sucesión de términos náuticos, sin duda necesarios para comprender mejor la evolución del autor, relega a un segundo plano el estilo ameno y distendido, entorpeciendo así la lectura y convirtiéndola en un ejercicio más denso de lo que uno presentía.
No obstante, las descripciones que acompañan las aventuras del autor son maravillosas y cuentan con la precisión justa para que nos imaginemos tan bellos parajes y podamos compartir la emoción que se palpa en las páginas. Durante la lectura del libro, me he dado cuenta de una realidad un tanto curiosa: los escritores suelen perfilar con más detalle a los personajes que han inventado; cuando se trata de una obra que cuenta cuanto ellos mismos vivieron de verdad, parece que los autores dan menos importancia al retrato de los protagonistas. Quizá sean poco conscientes de la necesidad de describirlos para que el lector empatice y asimile las experiencias, y el resultado es el que he hallado en esta novela: cierta falta de profundidad para con los personajes de la historia, lo cual nos lleva a pasar por sus vivencias de un modo más lejano y ajeno.
Tres maneras de volcar un barco cuenta, como veis, con ingredientes muy buenos y adolece de un par de defectos que restan felicidad a la lectura. A pesar de que guardo en mi memoria los paisajes de la isla griega de Spetses, la presencia de numerosos tecnicismos me ha enfriado el estado de simpatía que pretendía lograr el sentido del humor del autor. Chris Stewart nos narra cómo y cuándo comenzó a experimentar verdadera devoción por los mares y los barcos en un libro un tanto irregular. No desaconsejo que lo leáis, pero sí me gustaría avisaros de que no debéis aguardar un océano de insondable diversión. Si bien hay capítulos graciosos, la obra dista de ofrecer el escenario de hilaridad que prometen las críticas que citan en la edición.