Título: El secreto
Autora: Donna Tartt
Traductora: Gemma Rovira
Editorial y año: Lumen, 2014 (2000)
La vida no es fácil en un college de Nueva Inglaterra si eres un chico modesto y falto de afecto de California, y Richard lo sabe; por eso agradece que lo admitan en un pequeño grupo de cinco estudiantes capitaneados por un profesor de literatura clásica con mucho carisma y pocos escrúpulos. Los chicos hablan en griego y se ríen de la ingenuidad y la torpeza de los demás, pero no hacen más que beber y engullir pastillas. Hasta que un mal día lo que parecían chiquilladas adquieren una gravedad inesperada. Es entonces cuando los seis descubren qué difícil es vivir sin máscaras y qué fácil es matar sin remordimientos.
Como he comentado alguna vez, los lectores en ocasiones somos un poco masoquistas. Emprendemos una lectura que sabemos que no nos gustará por diversas razones —ahora se me ocurren tres: porque queremos asegurarnos de que ese libro no es para nosotros, porque nos queda un diminuto resquicio de duda o porque un amigo nos lo recomienda fervientemente—. El tercer motivo es el que ha provocado la decepción que, como ya preveía, ha supuesto para mí El secreto, de Donna Tartt. Y no tanto por la historia ni los personajes como por el ritmo de la trama, cuya lentitud exaspera. Creo que en la lista de premios a los que no debería acercarme nunca escribiré «Pulitzer» al lado de «Nobel».
Richard es un joven estudiante que decide matricularse en una clase muy particular de la universidad: la que imparte Julian, especialista en lengua y cultura clásicas, que le exige una entrega total. Allí conocerá a Henry, Bunny, Charles, Camila y Francis, cinco amigos acostumbrados a hacerlo todo en compañía. Cuando un crimen trastoca la calma del grupo, Richard verá que nada es lo que parecía y que los vínculos que unen a sus nuevas amistades tal vez no sean tan fuertes como le dieron a entender en un principio.
Ya que la reseña será más bien negativa, permitid que empiece destacando los elementos acertados que he encontrado en El secreto: los personajes, el argumento y la traducción. El elenco de protagonistas de la novela es brillante y cada uno de ellos hace gala de una personalidad muy marcada y distinta; la historia de cierta intriga es bastante interesante y despierta las ganas de ahondar en el misterio; y, por último, barriendo para casa, quiero elogiar la magnífica traducción de Gemma Rovira, un ejercicio lingüístico impecable que resulta una auténtica maravilla leer. A pesar de dichos aspectos, el libro me ha decepcionado sobre todo por el estilo de Donna Tartt, con el que no he conectado en ningún momento, como me dispongo a analizar en el siguiente párrafo.
En una novela que gira en torno a un crimen, la gestión del ritmo y de la tensión narrativos es fundamental, y en mi opinión es ahí donde tropieza esta obra. El pulso lento de Tartt, que se va por las ramas y se pierde en descripciones largas y precisas que aportan poco o nada y desvían la atención del lector, no me ha convencido en absoluto. Crear tantas expectativas para luego ofrecer el misterio en dosis pequeñas puede ser un recurso inteligente, pero en este caso a mí me ha arrebatado toda emoción por los pasos extremadamente cautos con que avanza la trama. Tampoco me ha ayudado a finalizar la lectura con mejor sabor de boca el final, descafeinado y carente de pasión. Uno de aquellos casos, pues, en que la intuición se demuestra sabia pero el corazón o la razón se dejan arrastrar y persuadir.
No toméis esta reseña como un aviso luminoso que os aconseja a alejaros, sí o sí, de El secreto. Vaya por delante que mis gustos no están próximos a la obra de Donna Tartt, lo cual explica la desilusión que me ha embargado al terminar, no sin esfuerzo, esta novela. Si bien el hecho de dejar atrás nuestras predilecciones para descubrir nuevos caminos a veces puede funcionar y llevarnos a unas sorpresas más que gratas, la ganadora del Pulitzer del año pasado no escribe para mí. Y no pasa nada, hay autores y lectores de todos los tipos y formas posibles, pero está claro que ahora sí que no me atrevo a adentrarme en El jilguero. El que se aleja volando es un servidor.